El Dios Júpiter de los romanos
Al igual que fue Zeus para los griegos, en la Mitología Romana Júpiter es el máximo exponente, es el dios supremo, de todos los dioses y de los hombres, y soberano de los cielos. Esto hacía que el poder de Júpiter en la Antigua Roma fuese inmenso, llegaba más allá de lo religioso y de los fenómenos naturales con gran injerencia en el plano terrenal considerándolo protector de la ciudad y del Estado Romano, creyéndose que de él resultaban leyes, autoridad y orden social. Esto se manifestaba en que en tiempo de la República (509 a.C. al 27 a.C.), Júpiter era el dios al cual el Cónsul, quien era la máxima autoridad, dirigía una oración al iniciar su gestión.
Júpiter nació de la unión de Saturno, quien era el Dios de la Agricultura y la Cosecha, con Ops, quien era la Diosa de la Fertilidad y de la Tierra. Como Saturno tenía el temor de que uno de sus hijos lo destronaría, los devoraba al nacer, pero Ops protegió a su hijo menor dándole a Saturno una piedra envuelta en pañales lo que causó que vomitara a todos sus hijos anteriores Neptuno, Plutón y Juno, y esto le dio a Júpiter un poder supremo logrando el trono de Dios Máximo.
Júpiter se casó con Juno, su hermana, con quien tuvo entre otros a Vulcano y Marte, pero tuvo abundantes infidelidades con diosas y mujeres procreando una gran cantidad de hijos ilegítimos que fueron dioses, héroes, ninfas, reyes, etc. Todas estas parejas y sus hijos fueron odiados por Juno, quien sufría profundamente de celos por el comportamiento de Júpiter.
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Este dios se identificaba con facilidad porque disponía de elementos como el cetro, el águila y el rayo y junto a su esposa Juno y a su hija Minerva, conformó la tríada más importante de la Mitología Romana, conocida como la Tríada Capitolina porque su templo de adoración estaba en la Colina Capitolina.