Alquimia y la transmutación de metales
Cuando leemos sobre la alquimia nos encontramos con una variada gama de definiciones, pero en general consideran que es una protociencia que se desarrolla dentro de la filosofía e incluye aspectos de química, física, astrología, metalurgia, espiritismo y arte. Es una creación esotérica que trata sobre la transmutación de la materia, la búsqueda de la piedra filosofal que es una supuesta sustancia con la que es posible conseguir la transmutación de cualquier metal en oro y la vida eterna.
Las escuelas de alquimistas se popularizaron por más de 2.500 años, aparentemente comenzando en el Antiguo Egipto, Mesopotamia, China, India, la Antigua Grecia, el Imperio Romano y algunas regiones de Europa. La alquimia comenzó a florecer en Alejandría, aunque hay referencias de filósofos griegos que anticipaban las primeras teorías químicas, y hay la creencia que Calígula apoyó experimentos para producir oro a partir de un producto a base de arsénico.
Se considera que los alquimistas fueron, durante la Edad Media, los antecesores de los químicos, pero antes buscaban modificar su propio interior y alcanzar un lugar espiritual muy elevado, para lo cual recurrían a la oración y al ayuno. Sus objetivos fueron la transformación de metales innobles en metales preciosos, la creación de una sustancia que curara todas las enfermedades y descubrir el elixir de la inmortalidad. Pero todo eso se resumía en la búsqueda de la Piedra Filosofal, que ellos consideraban que era la única sustancia que podía lograr la transmutación, la panacea universal y la inmortalidad. Algunos alquimistas eran médicos, que como el suizo Paracelso, con sus búsquedas logró grandes avances en farmacología.
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Los alquimistas tenían siete principios fundamentales que eran fuego, aire, tierra, agua, sal, mercurio y azufre. Buscaban además encontrar nuevos materiales y aportaron técnicas químicas como la destilación y la filtración, crearon aleaciones y descubrieron elementos desconocidos.
La transmutación de plomo en oro no es científicamente imposible, ya que basta con extraer tres de los 82 protones del átomo de plomo para conseguir un átomo de oro con 79 protones. Se reporta que en 1980, Glenn T. Seaborg transmutó plomo en oro, pero el átomo de oro resultante fue un isótopo muy inestable, con una vida media de pocos segundos y se desintegró rápidamente.